lunes, 7 de mayo de 2012

Lo que me salva

Estamos atrapados en un sinsentido permanente. La vida no tiene una redención celestial ni, lamentablemente, tampoco infernal. La justicia no existe y el socialismo anda perdido por derroteros inciertos. Todo intento de saltar al otro lado de la verja se ha mostrado un acto de pedantería intelectual, tan inútil como desagradable. No hay esperanza para los hombres más allá de una fe inmunda o de una esperanza vacua. No hay salvación, no hay redención de la existencia en la superexistencia. Lo único bueno que ha hecho la aventura milenaria de la filosofía por nuestras almas es desengañarnos: los modelos para vivir son sólo fantasmas de un pensar que muere al momento de convertirse en concepto. El concepto es la muerte. Pero la vida sigue ahí, encendida, un fuego irremediable y terrible. La vida, contra todo pronóstico, no ha desaparecido porque no tenga sentido. Absurdamente, como el último soldado de un ejército diezmado. A mi, lo que me salva, no es el abrazarme a esa vida con una heroicidad alemana trasnochada. A mi lo que me salva no es el proyecto de la emancipación. A mi lo que me salva no es una noche ensordecedoramente silenciosa. No, tampoco me salva la poesía. A mi, lo que me salva, es el incendio de tu vientre cálido, el fulgor de tus hombros desnudos. A mi lo que salva es la infinita verdad de tus ojos. Lo que me salva, en realidad, es tu palabra sobre la mía. A mi lo que me salva es saber que toda la desesperanza de una existencia informe, se vuelve ridículo divagar de apátridas en cuanto, no sé bien cómo, vienes y me tocas y me liberas. A mi lo que me salva es una acuarela, siempre perfecta e inacabada, de un arrabal donde no se pone el sol.